¡cocaína! ¡cocaína!

Tres canciones era lo único que necesitaba. Tres canciones muy puntuales. El concierto empezó después de la descarga de Track y Anomalía, a quienes desafortunadamente me perdí. Cerca de las once apareció el trío del barrio bonarense de Mataderos descargando toda su fuerza sobre un escenario construido a la moda de Iron Maiden (salvando las diferencias, por supuesto).
Lo primero que llamó la atención era que sonaba bien... muy bien. A diferencia de otros conciertos, donde todo el sonido era una masa amorfa comparable a la bola de piedra que persiguióa Indiana Jones en alguna de sus películas, el de La Renga sonó ordenado, claro y sobre todo ¡fuerte!. Tocaron miles de temas que conozco poco pero que disfruté tanto por el ambiente que había como por la energía los apenas tres músicos de la banda. Ocasionalmente entraban saxofonistas, clarinetistas y armoniquistas que llamaban la atención y le daban otro color a los temas. Sobre esto escribió Javier con mucho más conocimiento de causa.
Parfa mí la euforia comenzó cuando empezaron a corear ¡cocaína! ¡cocaína! ¡yo me voy para Bolivia! (El Blues de Bolivia), uno de los temas más ofensivos que he escuchado hacia este país. Pero como uno suele olvidarse de esas cosas cuando hay música de por medio comenzamos todos a saltar como desquiciados y a corear el estribillo como verdaderos trogloditas. El segundo punto clave fue El Rebelde, que sin duda es mi tema preferido de esta banda... ser socio de esta sociedad me puede matar. Todo un hit. El éxtasis colectivo recién llegó al final de concierto cuando interpretaron La Balada del Diablo y la Muerte, su gran hit de toda la vida, haciendo que la gente coreara toda la letra de memoria (¿quién no?).
Al final ¿qué puedo decir? Tres canciones era lo único que necesitaba y me fui satisfecho con creces. Larga vida a La Renga.

foto: La Renga y su escenario desde el bolleo de gente